Volver a andar en un tren con locomotora a vapor es viajar en el tiempo. Ya sea en el Tren del Vino, en El Valdiviano o en Tren de la Araucanía, la sensación de subirse a un coche y emprender un viaje llevado por esas grandes o pequeñas negras es magnifica, el sentimiento de añoranza invade a cada uno de los pasajeros que abordan el tren y, los más aficionados, evocamos momentos de un pasado que no se detenía ni para vislubrar su fin, de un pasado que parecía que jamás terminaría pero que, en unos cuantos años, se convirtió solo en una triste historia y en cientos de relatos contados por ferroviarios jubilados que crecieron y se desarrollaron junto al riel y que conocen mejor que nadie el interior de un tren.
Hoy pareciera que nada nos queda. Es penoso ver cientos de vagones abandonados en los patios de las estaciones, concientes de que nunca más se volverán a mover o decenas de coches de pasajeros que vieron su fin de la peor forma, convertidos en chatarra. Las historia que allí se vivieron, los recuerdos, las conversaciones, los viajes o el inicio de las felices vacaciones hoy no es más que un lindo pasado, que todos recuerdan, pero que muy pocos nos atrevemos a revivir.
El pitazo de una locomotora a vapor, el traqueteo de los coches, el movimiento del tren le da al viaje una mística que ningún otro medio consigue, y que le ferrocarril, con sus gigantes de vapor, sus variopintos coches donde el que quería podía viajar pues para todos había una clase. Desde los más pudientes hasta aquellos que cargaban con cajas, sacos y canastos.
Hoy el tren resiste, busca, irónicamente dicho, abrirse caminos en un país cuya geografía ha sido herida por las carreteras y donde las vías de ferrocarril escasean peligrosamente. La decadencia de EFE no encanta, no gusta... no se puede comparar con aquella decadencia de los 80 y 90 donde los trenes se caían a pedazos... pero andaban. Porque en esa época era posible tomar un tren en Concepción, en Puerto Montt, en Osorno y, aún más atras, podíamos llegar a Valparaíso, Calera, Cartagena, San Antonio y Pichilemu. Y todavía antes, llegábamos a Iquique, La Serena, Buenos Aires, Villarrica, siempre en tren. Hoy la decadencia de EFE es una decadencia triste... donde pareciera todo perdido y condenado al más profundo olvido.
Saludos
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